Güemes, más que un héroe gaucho

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Martín Miguel de Güemes fue un protagonista central de la historia argentina, tan olvidado como rescatado, en ese inconducente tironeo de bandos con falsas ideas tan propio de nuestra política. En época de mutación profunda, su legado es mucho más que una tradición folclórica.

Su tiempo fue de revolución, marcado por el giro copernicano que significó la mudanza del principio de legitimidad monárquico por el republicano. Sus convicciones las tradujo en acción, frustrando siete veces la invasión del ejército godo del Perú. Guardián de la frontera norte, sin él no habría existido independencia argentina. Así de simple.

No escribió su doctrina, porque no le alcanzó el tiempo ni la vida. Si bien su trayectoria estuvo marcada por la táctica de la ley ecuestre, esa guerra de guerrillas que se distinguía por el factor sorpresa, tenía una visión de largo plazo, signada por una idea de auténtico federalismo, respetuoso de las autonomías locales. Ese fue el pensamiento que guio su acción.

Su tarea quedó incompleta, interrumpida por la muerte prematura. Como casi todos los héroes de la independencia, lo dejó todo en el esfuerzo agonal de sentar las bases del país, y no pudo aportar a la necesaria fase arquitectónica siguiente. Desde entonces quedamos atrapados en estado de suspenso, enredados en la táctica del corto plazo, que no nos deja avanzar de manera estable y duradera.

La Argentina enfrenta hoy un escenario mundial caracterizado por tres cambios tectónicos: está en cuestión la eficacia del régimen democrático, asediado por populismos que prometen saltear los “escollos” institucionales; el comercio internacional, basado en una globalización integradora, que cojea ante los particularismos nacionalistas; y la intervención internacional coordinada que pierde densidad ante una mirada aislacionista. El mote es encierro, extremos y sálvese quién pueda.

Como cualquier tiempo de revolución, la etapa agonal en el país ha sido llevada adelante con enorme esfuerzo: después de años de dispendio estatal, la limpieza de los establos de Augías vino de la mano de conceptos básicos como el equilibrio fiscal y el control de la inflación, que han abierto otra vez una chance para una fase arquitectónica. Y es aquí donde conviene preguntarse por el legado de Güemes, su acción, pero sobre todo sus logros pendientes.

El más grande es el federalismo. Pero no ese de oposición, que termina en vasallaje. Sino uno de tensión creadora, una dialéctica que nos permita salir de la instancia del enfrentamiento inmóvil. Ese es el que propugnaba y por el que dio la vida Güemes, que entendía mejor que nadie que la lucha no era un fin en sí mismo sino tan solo una instancia.

La historia de los acuerdos, que serían la vía, no es muy halagüeña. Muchos fueron inconvenientes y otros quedaron en grandes expresiones de deseo; el de Olivos y el último de Mayo son el ejemplo. Pero muchos tuvieron buen destino: el de Cerrillos, por ejemplo, diez años luego de la muerte de Güemes, permitió una transición de ideas pacífica y ordenada de una etapa agonal a otra arquitectónica.

Estamos ante una gran oportunidad para salir de una tradición inmóvil, de la táctica, del corto plazo, sin estrategia. Esa fue el gran logro pendiente de Güemes. Bueno sería honrar su esperanza, que fue un sueño y bien podría ser la realidad de los argentinos.


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