Fabián Burgos: un mundo de cielos y pájaros desconcertantes

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El artista, con su nueva serie de obras que presentará en la próxima arteBA, dejó a un lado su rigurosa abstracción para volcarse a un estilo figurativo que sólo parece calmo visto de lejos

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Los pájaros que surcan los cielos de Fabián Burgos, en una de las nuevas obras del artista

Un encuentro fortuito con un artista puede deparar intercambios de ideas fuera de agenda. El pintor decididamente abstracto, Fabián Burgos, permite conocer las nuevas pinturas figurativas que se verán este mes en arteBA. En el taller de dimensiones amplias se puede apreciar una exhibición de obras de gran formato, una serie con bandadas de pájaros como protagonistas exclusivos. La inmensidad de los cielos donde se cruzan los pájaros obscuros, se reitera en todos los cuadros en diversos colores, tenues o intensos, hay varios azules y hay hasta amarillos y rosados.

Las imágenes son bellas y apacibles. Si se miran desde lejos. Al acercarse a contemplar esos pájaros negros, las travesías erráticas de cada uno de ellos, desconciertan. Si bien hay algunos que vuelan en fila y en la misma dirección, configurando una línea recta perfecta como si tuvieran un rumbo, se divisan otros que chocan contra entre sí. Y es imposible adivinar a dónde se dirigen. No todos van hacia el mismo lado. En medio de esta descripción, el propio artista confiesa: “Yo mismo no sé a dónde voy, tampoco sé cómo me afectan las cosas que pasan”. Pero de ningún modo niega la posibilidad de que las pinturas sean expresiones o respuestas inconscientes a ese mundo que no cuestiona y apenas atisba cuando sale a tomar un café. Sencillamente, vive ajeno al contexto que lo rodea porque no tiene tiempo y pinta de sol a sol.

Así regresa el tema de la desorientación y la incertidumbre. ¿Pinta Burgos el desorden del contexto que lo rodea? En el universo ordenado del cual proviene, el de una abstracción geométrica, el dominio absoluto del color y las formas sumado a un oficio formidable, brinda certezas y la seguridad de no equivocar nunca el rumbo. Hasta los milímetros están calculados con un pulso perfecto y un ojo privilegiado, amante del arte de Morandi y capaz de descubrir los matices del color con exactitud. En ese mundo armónico y abstracto, Burgos es un artista incomparable. Vale la pena echar un vistazo a sus pinturas, murales en realidad (aunque sea en las pantallas) de unos edificios de Miami. Allí seduce a las multitudes. Y, así, justamente, surge la tentación de asociar la desordenada dirección del vuelo de los pájaros que se enfrentan y chocan, con las siempre erráticas y volubles trayectorias de las multitudes.

Cuesta salir de ese mundo de la abstracción absoluta donde “lo que ves es lo que es”, y no hay más explicación, como aseguraba Dan Flavin, quien renegaba del discurso teórico como soporte de consagración para encumbrar a los artistas. Sin embargo, Flavin trabajaba con neón y decía que la luz envolvía al espectador y lo convertía en “el elemento vivo” de su obra. Por esta deriva interpretativa surge de inmediato un recuerdo avasallante: Jackson Pollock. Frente al dripping, los lazos de pintura líquida que lanzaba Pollock con un palo sobre la tela que colocaba en el piso, el espectador puede llegar a sentir que lo enlazan. Aquellos que encuentren en el lugar preciso para mirar la pintura, pueden ingresar en ella, convirtiéndose en el “elemento vivo” de Dan Flavin. Genuinamente. Pollock procura a los espectadores sensibles que se detienen a contemplar esas madejas de pintura y se dejan llevar, esta experiencia. Todo pasa por los ojos. También esos cielos que despiertan el deseo de volar y ser un pájaro más entre los de Burgos que, desorientados, no se sabe si van o si vuelven. Como la paloma de Rafael Alberdi, que “se equivocaba /Por ir al norte, fue al sur”.

La contemplación de los cielos de Fabián Burgos con sus bandadas, no enlazan al que mira, como las chorreaduras de Pollock. Se perciben más bien como una invitación a compartir el viaje, a volar, como sus pájaros, libres en busca de un destino, a pesar de la ambigüedad del mensaje.

Las asociaciones traen de inmediato a la memoria, los intimidantes cuervos también negros de Van Gogh sobrevolando los trigales. Las lecturas de esas pinturas dicen que son el presagio de la muerte. Pero nada es tan fácil. Van Gogh le escribe a Gauguin desde la clínica del doctor Gachet, en 1890, sobre la dificultad que entraña entender una obra: “Es una tela que tú, yo, y otros pocos comprenderemos, como nosotros querríamos que se comprenda…”

Desde luego, las alucinaciones de la película “Los pájaros” de Hitchcock, también estuvieron presentes. Pero las bandadas de Burgos, si bien se asemejan a la gaviota que hiere a la protagonista, no parecen tan agresivas y siniestras. El pintor neoyorquino de los años 80 y director de cine, Julian Schnabel, filmó «Van Gogh, a las puertas de la eternidad», interpretado magistralmente por Willem Dafoe. Schnabel explora la época de los trigales y los cuervos y, por otra parte, afirma que Van Gogh pintaba un cuadro por día y que no se suicidó. Dicen que antes de la muerte se agolpan todos los recuerdos de la vida. Lo cierto es que, frente a algunas obras muy especiales, que tocan la fibra sensible, desfila la historia del arte.

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