Helen Mirren: la actriz británica de ascendencia rusa que a sus ochenta años no para de brillar con sus personajes

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Juan Aguzzi

Si se mira en detalle la trayectoria de la actriz inglesa Helen Mirren, se descubre que ha interpretado más roles de mujer reina que cualquier otra colega. Fue Isabel I y II de Inglaterra; la reina Carlota; Cleopatra; la zarina Catalina La Grande, todos personajes con aristas nada fáciles para interpretar, lo cual en Mirren parece funcionar como un atractivo al que se entrega con una pasión que parece no extinguirse. Hace pocos días su cumpleaños número 80 la encontró con dos series estrenadas y embarcada en un par de nuevos proyectos que abonan una trayectoria muy prolífica y, sobre todo, de notable calidad.

Casi al pasado remoto pertenece la llegada a Londres de sus padres y su abuelo, un coronel del Ejército Imperial ruso que realizaba tareas diplomáticas para el zar Nicolás II, y eran parte de la aristocracia rusa. La revolución de 1917 los sorprendió allí y ya no pudieron ni quisieron regresar. Mirren, que sería el apellido que adoptó la familia para resultar más inglesa, fue el que reemplazó al original Mironov, por lo cual Helen se llamó originalmente Ilyena Lydia Vasilievna Mironov. Más allá de estos orígenes, la infancia de Mirren fue humilde; criada en el seno de una familia obrera decididamente antimonárquica, desde pequeña se filtró en su forma de entender el mundo, una mirada social ácida y crítica: “Pensaban que todo era pura basura. Odiaban el sistema de clases. Así que me educaron para no creer en ningún tipo de sistema de clases”, había dicho en una entrevista para The Guardian refiriéndose a su familia.

El tamaño de las tetas

Mirren comenzó a hacer teatro en la escuela secundaria y encontró allí algo similar a una vocación, sobre todo se enamoró de los roles intensos, aquellos que le demandaban una energía extra y en los que se afanaba por darles un relieve muy personal. A los 20 años consiguió un papel en Antonio y Cleopatra, el clásico de Shakespeare en una producción del afamado teatro Old Vic londinense, que protagonizaba un también joven John Gielgud. Mucho más tarde, a fines de los noventa, fue protagonista en otra puesta de la misma obra junto a Alan Rickman. Las críticas de las revistas especializadas vieron en su actuación un potencial enorme y destacaron su bagaje de recursos. Eso fue después que durante los 70 y principios de los ochenta se hubiera sentido agredida por el machismo imperante en una Inglaterra con patente de misógina.

En su primera entrevista para la BBC, le preguntaron si sus pronunciados pechos no impedían que fuese tomada como una actriz seria de teatro. Siendo aún muy joven, Mirren no tuvo empacho en responder a su entrevistador, uno de esos popes de los primeros talk shows, preguntándole si creía que ser buena actriz lo definía el tamaño de las tetas, lo que dejó de una pieza al encumbrado y sexista conductor de tevé. No pocas veces tuvo momentos duros cuando resistió los avances desmedidos –a veces directamente acosos– de directores o actores de algunas de las obras teatrales en que trabajó; su posición firme como mujer resuelta le valió un par de expulsiones de las puestas o, directamente, la imposibilidad de ser parte, una de ellas cuando era la favorita para interpretar el protagónico de La fiesta de cumpleaños, una de las primeras obras del dramaturgo británico Harold Pinter, y el director le pidió que se desnudase para tener una entrevista porque de ese modo podía observar cómo llevaría esa escena durante la actuación. Por supuesto Mirren salió por la misma puerta que había entrado minutos antes, no sin antes echarle una helada mirada de reprobación al irrespetuoso.

Seductora y vengativa

Mirren siguió siendo fiel a las tablas mientras fue haciendo su entrada al cine y la tevé. Algunos títulos menores la tuvieron en roles secundarios y en otros tuvo actuaciones más destacadas, sobre todo durante los 70, en títulos como El mesías salvaje (1972), una desprejuiciada mirada del realizador Ken Russell sobre la vida y obra del atormentado escultor francés Henri Gaudier-Brzeska; O Lucky Man! (1973), otro enfoque ácido del anticapitalista Lindsay Anderson con un histriónico Malcolm McDowell, apenas un poco después de La naranja mecánica (1971), y el fresco erótico de Tinto Brass, Calígula (1979); pero no sería hasta 1981, con su protagónico en Excalibur, una mordaz lectura de la Leyenda del Rey Arturo, filmada por el interesante John Boorman, que comenzaría a ser tenida en cuenta por otros realizadores que encontraron en sus performances momentos superlativos.

En 1984 participó de 2010: El año que hicimos contacto, el film del norteamericano Peter Hyams basado en la novela de Arthur C. Clarke que continúa 2001 Odisea del espacio; un año después actuaría en la muy exitosa comedia dramática Sol de medianoche (1985), dirigida por el también norteamericano Taylor Hackford, recordada especialmente por las estupendas coreografías que bailan Mikhail Baryshnikov  y Gregory Hines, donde Mirren se pone en la piel de una mujer rusa enamorada del personaje que interpreta Baryshnikov y lo ayuda a escapar de la URSS cuando las cosas se ponen difíciles. Cuando le preguntaron a Mirren cuál era el film más inolvidable de todos los que trabajó, no dudó en señalar Sol de medianoche, puesto que durante su rodaje se construyó el romance entre ella y el director, que luego se convertiría en una intensa relación que acaba de cumplir 40 años.

En 1986 fue la mujer de Harrison Ford en La costa mosquito, de Peter Weir, que cuenta las desventuras de una familia que abandona Estados Unidos buscando una forma de vida por fuera de las plagas del capitalismo, el consumismo y el fanatismo religioso imperante en su país. En 1989 llegaría la película que la haría conocida para los espectadores argentinos, la magnífica El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, la barroca e iconoclasta comedia dramática de Peter Greenaway, en la que compone a la sumisa y luego seductora y vengativa mujer del sádico dueño de un restaurant. Su Georgina es por momentos tan enigmática como certera en sus decisiones y Mirren dispone de los resortes para darle la intensidad indispensable. Le seguiría El placer de los extraños (1990) del norteamericano Paul Schrader, donde también encara uno de los protagónicos con exquisita solvencia, en un thriller psicológico muy bien planteado sobre una novela del británico Paul Theroux y en la que además brilla Christopher Walken.

Rompiendo reglas en un mundo de hombres

Si bien el teatro y el cine le granjearon un lugar respetable en la actuación durante las primeras décadas de su carrera, sería la televisión la que terminaría por consagrarla como una de las actrices más eficaces del Reino Unido. En 1991, Mirren fue tentada para interpretar, en una serie, a una detective de la policía británica adicta a su trabajo cuyo departamento estaba compuesto íntegramente de hombres, quienes van a complicarle la existencia haciéndole saber que les molesta trabajar con una mujer cuando es nombrada inspectora y queda a cargo. Se trataba de Prime Suspect que sigue las constantes batallas de Jane Tennison para demostrar sus virtudes como investigadora enfrentándose todo el tiempo a sus colegas, que están decididos a verla fracasar y sostienen una férrea comunidad machista y sexista que suele derivan en negociados al margen de la ley.

Se cuenta que Mirren le dio tonalidades extras a su personaje, más que nada en la construcción de los detalles de una mujer que del agobio de tener todo en su contra, va confiando en sus posibilidades de romper las férreas reglas de un mundo de hombres. La serie tuvo siete temporadas (1991-2006) muy vistas y en 2017 se lanzó una precuela que narraba los primeros años de la detective Tennison, ya sin Mirren, que había compuesto el personaje hacia la madurez de su vida. Se trató de un rol no demasiado frecuente todavía en las series de los noventa, de modo que Mirren fue casi una pionera y obtuvo dos premios Emmy por su trabajo.

Ya con un back de experiencia profesional suficiente, sería parte de La locura del Rey Jorge (1994), de Nicholas Hytner, interpretando a su primera reina, Carlota, la mujer de Jorge III, una mujer hábil en el manejo del poder y capaz de no ceder ante ninguna presión. El film se centra en el deterioro de la salud del rey Jorge III y la crisis que se origina en la relación con su hijo, el príncipe de Gales. La comedia dramática fue adaptada por el dramaturgo Alan Bennett a partir de su obra teatral; consiguió un Oscar y tres nominaciones, una de ellas a Mirren como mejor actriz, y para cierta crítica británica está considerada como una de las mejores películas de su vasta producción. No fue extraño entonces que a partir de allí surgieran propuestas diversas pero casi siempre de calidad artística. La comedia negra Gosford Park, dirigida por Robert Altman en 2001, la tuvo entre su brillante elenco británico, consolidando aún más su trayectoria en todo el mundo.

Apenas un poco antes, como curiosidades puesto que no tuvo papeles principales, actuó para Sean Penn en su tercera película como director, The Pledge (2000, acá se conoció como El juramento) y para el cineasta independiente Hal Hartley en No such thing (2001). Otro gran momento llegaría de la mano de La reina (2006), de Stephen Frears, su composición de Isabel II, con la que consiguió su primer Oscar y al mismo tiempo sería galardonada como Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico por su aporte a las artes escénicas, un reconocimiento otorgado por la misma reina Isabel II. Podría parecer un favor pero su personaje, a instancias del guion, no deja a la emperatriz muy bien parada.

Declaración de intenciones

Mirren es dueña de una posición privilegiada en la escena teatral y cinematográfica y su postura cercana al feminismo es bien conocida entre sus colegas. No tiene inconvenientes en hacer declaraciones para dejar sentada su posición respecto a cualquier tema, pero sobre todo en los relacionados con los abusos que se sufren en el sector. “Desgraciadamente sigue habiendo dinosaurios, y algunos de esos dinosaurios tienen 50 años en lugar de 80. Muchos hombres de más de 50 están atrapados en un mundo pasado y solo tenemos que dejarlos pasar por el sistema y sacarlos por el otro extremo, si se quiere, para que las cosas realmente cambien”, había dicho a The Hollywood Reporter en 2017, cuando saltó el escándalo del violador y abusador Harvey Weinstein. “Siempre he vivido mi vida como una feminista, creo en la teoría del feminismo”, confió en la misma entrevista.

Desde hace un par de años también se puso al hombro una campaña contra la discriminación por la vejez que impera socialmente y es flagrante en la industria cinematográfica. “Todos envejecemos pero, a medida que te vas haciendo mayor, la vida puede ser cada vez más dura. Muchas personas empezarán a ser tratadas de forma diferente, algo realmente molesto, pero además muy injusto”, sentenció el año pasado a The Independent, a raíz de un estudio publicado por una organización británica con la que colabora y que busca visibilizar la discriminación por edad.

De todos modos, en lo personal, Mirren continúa pisando sets o exteriores con determinación y osadía. En 2024 coprotagonizó junto a Harrison Ford la serie 1923, perteneciente al universo neo-western Yellowstone, ambientada en Montana durante la ley seca y la inminente Gran Depresión. Tuvo un rol importante en la serie Tierra de mafiosos (MobLand), donde trabajó junto a Pierce Brosnan y Tom Hardy; pronto será Patricia Highsmith en el film Switzerland, que recorre la vida de la gran escritora de thrillers policiales; se pondrá a las órdenes de Kate Winslet en su debut como directora para la película Goodbye June, y a fines de agosto de este año compone uno de los personajes principales en El club del crimen de los jueves, una adaptación de un best-seller que describe a “viejos vinagres” intentando descifrar crímenes que jamás fueron resueltos. “Prefiero desaparecer de a poco de los escenarios, tal vez estaré allí hasta que no pueda pararme…”, aseguró hace un par de meses a The Guardian. A sus ochenta, es toda una declaración de intenciones.

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