El Papa que fue Messi y Maradona

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Se sentía cercano. No parecía un líder inalcanzable. No lo era. La muerte del Papa Francisco nos atraviesa porque entre una de sus grandes virtudes siempre estuvo esa conexión inquebrantable con los hombres y las mujeres de a pie. Y, entre tantos vínculos, su pasión por el fútbol lo hizo aún más terrenal desde un principio.

Con ningún Papa, con ningún presidente, con ninguna autoridad del planeta se dio ese feedback del mundo del fútbol con él. La cantidad de clubes, jugadores, dirigentes y asociaciones que le fueron acercando camisetas y recuerdos no se vio nunca. Desde campeones del mundo a equipos de cuarta categoría. Porque aunque su corazón estuviera copado por su amor por San Lorenzo, Francisco era la síntesis del “todos”, de la inclusión, de la fraternidad universal. “La importancia de la amistad social para construir un mundo más justo”, como escribió en una de sus encíclicas, que no sabe de intolerancia y chiquitajes. Amistad y paz social que ponía en manos de los futbolistas marcándoles que podían ser un modelo para el bien o para el mal.

El repaso de los protagonistas del fútbol que se acercaron a saludarlo en estos años en el Vaticano sería largo, tedioso y se limitaría a un listado de famosos. Pero la síntesis de cómo lo vieron Maradona y Messi retratan a ese hombre diferente, que revolucionó a una de las instituciones más conservadoras, que nunca perdió esa proximidad diferencial. “Me dio un abrazo como me lo da mi viejo. Estaba enojado con Dios y volví a la Iglesia gracias a Francisco”, dijo Diego cuando lo conoció. “Un Papa distinto, cercano… Gracias por hacer del mundo un lugar mejor”, escribió hoy Messi. El Papa de la gente.

Justamente dos distintos, dos que parecen de otro mundo, dos a los que su zurda se relacionó con poderes celestiales y a los que incluso se los ha llamado Dios. Dos argentinos que son venerados en todo el planeta, se rindieron ante la sencillez de un Francisco que, con esa mirada auténtica, podía preocuparse por los que menos voz tienen, enfrentarse a las injusticias por más poderoso estuviera detrás o llamar desde Roma a su kiosquero por teléfono para avisarle que como había sido Papa, cancelaba la suscripción de los diarios.

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